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Duetos en la historia y la escritura. Gertrudis y Emilia

Duetos en la historia y la escritura: Gertrudis y Emilia

Por Zaida Capote Cruz

 

Escritoras las dos, una fue romántica; la otra, realista. Suele comparárseles porque intentaron, ambas infructuosamente, entrar en la Real Academia de la Lengua Española. Gertrudis Gómez de Avellaneda en 1853, Emilia Pardo Bazán casi cuatro décadas más tarde. Una había nacido en Puerto Príncipe, Cuba. La otra en tierra gallega. Ninguna se aferró a su país natal. Fueron mujeres cosmopolitas y viajaron en la realidad y la imaginación. Hicieron de la escritura un oficio, alimentando una vocación pública no siempre entendida rectamente.

Debieron enfrentar, y lo hicieron con elegancia, juicios misóginos, incapaces de reconocer y aplaudir el alcance de sus capacidades creativas. Sin embargo, ambas gozaron de respeto y admiración, impresionaron a lectores y colegas. Lograron realizar obras expresivas, potentes, cuya contundencia nos lega un ejemplo de consagración a la escritura y a la defensa de la dignidad de la mujer que bien merece imitarse. A ambas se les reprochó emular a los hombres, desoír los mandatos de la tradición y desobedecer lo que dictaba la costumbre.

Ejercieron el periodismo, fundaron revistas, compitieron con sus contemporáneos al producir obras de una altura magnífica, y cada una a su tiempo defendió con denuedo el derecho de las mujeres a ocupar espacios hasta entonces reservados solo a sus semejantes del sexo masculino.

Gertrudis Gómez de Avellaneda, en su Álbum Cubano de lo Bueno y lo Bello (1860), se dedicó a forjar una “Galería de mujeres célebres”, el panteón amable de imágenes admirables donde sus coetáneas pudieran reconocerse y forjar un ideal. Una especie de linaje del genio femenino que reunía a Safo o Victoria Colonna con Santa Teresa. De igual modo, su ensayo “La mujer” expone su capacidad de sentimiento, carácter, acción política y para la creación artística y literaria.

Emilia Pardo Bazán, quien reconocía en la cubana a una de sus más insignes predecesoras, fundó en 1892 La Biblioteca de la Mujer y no paró mientes en denunciar los obstáculos a la educación de la mujer, aquellas “pobres y ciegas víctimas” que la cubana había equiparado al esclavo en Sab (1841), su novela más conocida.

A menudo, sin embargo, se las opone. Como si no bastara la similitud de su genio, su ejecutoria pública, su ambición intelectual, se niega a Avellaneda la calidad de autora feminista porque —se dice— aún no era término corriente en el español de su época, y a menudo se justifica tal aseveración trayendo a colación el feminismo indiscutible de Pardo Bazán, para negarle a aquella lo que se concede a esta.

Pero, a no dudar, ambas fueron mujeres ejemplares no solo como profesionales de la pluma, sino como interventoras lúcidas en la reflexión pública sobre el lugar de la mujer en la sociedad. Un lugar que cada una a su modo reformó y contribuyó a ampliar, incluso con su ejemplo.

Baste citar, a propósito de la Academia, la opinión de la cubana acerca de cómo era preciso tener barbas para hacerse un sitio en esa corporación. Para integrarla se reconocía a sí misma con plenos derechos, los cuales ejercitó intentándolo con su enorme capacidad de atraerse aliados y defender una posición que sabía ganada ya por su intelecto. Lo mismo Emilia, quien se reconocía defensora del derecho legal de las mujeres a ocupar uno de esos sillones “mientras haya Academias en el mundo”. Puede que fueran altaneras, pues se burlaban de la pretensiosa idea de conceder al hombre, solo por el hecho de serlo, esa mayor potencia intelectual, que “con poca modestia”, al decir de Avellaneda, se habían adjudicado ellos mismos.

Pardo Bazán dedicó un ensayo a analizar la situación de La mujer española (1890) e introdujo en España las reflexiones de John Stuart Mill acerca de la sujeción femenina.

A propósito de su fallido intento de entrar en la Academia, se acusa a Avellaneda de intrigar, cuando no hizo más que ejercer prácticas de relación más que comunes en su tiempo. Su insistencia en conseguir aliados y valedores para aquella gestión demostró un excelente conocimiento del campo cultural en el cual debió ejercer su profesión. Su imponente seguridad en sí misma y afán de independencia intelectual no la mostraba precisamente como un dechado de feminidad (de una feminidad adocenada que nunca fue la suya) y por eso la acusaron de todo, es cierto, pero también la admiraron y la declararon su igual notables autores con los que compartía tertulias y honores, casi siempre franca e impetuosa.

En 1889, habiendo sido propuesta Pardo Bazán para ocupar una vacante, se publicaron a manera de advertencia y recordatorio ejemplarizante las cartas relativas a la solicitud de Avellaneda. Un comentario titulado “Las mujeres en la Academia” equiparaba a las autoras, rememoraba el fracaso de Tula y preveía el de Emilia; entonces reaccionó esta con entereza. No contaban sus detractores con que eligiera, para defenderse, honrar a quien había corrido antes su misma suerte, estableciendo un curso histórico que las hace a ambas parte de una tradición si no del todo oculta, sí menospreciada. Le escribió una carta abierta a Tula para compartir sus impresiones sobre tan clara injusticia.

Frente a quienes las acusan de ambiciosas, otorga a Avellaneda, más bien, el título de modesta, por confiar en la opinión de los demás académicos que la apoyaron, y aprovecha para sumar a Santa Teresa, a quien, de haberse visto en semejante situación, le hubieran también cerrado el acceso. Al declararse “aspirante perpetuo”, Pardo Bazán da fe de su convicción de cuánto tiempo habría de pasar antes de que una mujer fuera aceptada como académica, identificando así la crítica misógina como simple prejuicio, sin asidero real en la calidad de la obra de las autoras desairadas.

Detalle del retrato que Joaquín Sorolla hizo a la escritora en 1913 para la Hispanic Society. Imagen El Cultural.

Insistió en refrendar un derecho que les era usurpado, y ella misma fue propuesta en varias ocasiones. También propuso a su admirada coterránea Concepción Arenal —postulante de la figura deseada en La mujer del porvenir (1868)— aunque sin éxito, claro está. Activa en la vida pública, devota de Émile Zola, Pardo Bazán dedicó un ensayo a analizar la situación de La mujer española (1890) e introdujo en España las reflexiones de John Stuart Mill acerca de la sujeción femenina.

Avellaneda nació en 1814 y murió en 1873, y Pardo Bazán vivió entre 1851 y 1921. Las dos se refugiaron en la religión al final de su vida, no muy larga pero sumamente provechosa. La dedicación de ambas a la literatura resulta ejemplar, sobre todo porque nunca cejaron frente sus detractores; se impusieron, a pesar de todo, a fuerza de talento. Hubo quien las llamó hombres, pero no lo eran; fueron mujeres geniales, dedicadas, ambiciosas, insistentes, invencibles, aun en sus derrotas. La prueba es la supervivencia de sus escritos y el reconocimiento del lugar que ocupan en nuestro propio panteón de mujeres ilustres, ejemplares.

 

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+ de Zaida: Duetos en la historia y la escritura. María Teresa y Ofelia

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Duetos en la historia y la escritura. María Teresa y Ofelia

Duetos en la historia y la escritura: María Teresa y Ofelia

Por Zaida Capote Cruz

 

Dos novelistas levantaron su voz contra la guerra, pelearon incansables y relataron luego sus experiencias en la batalla. María Teresa León y Ofelia Rodríguez Acosta coinciden en atender, cada una a su modo, las urgencias de su tiempo.

En La Habana, a fines de la década del 20, los estudiantes asumieron la defensa de la dignidad popular. En sus protestas contra el gobierno de Gerardo Machado, tomaron las calles y pusieron sus mártires. El asesinato de Rafael Trejo en 1930 detonó amplias protestas y encauzó la resistencia. Ofelia Rodríguez Acosta, detenida en alguna ocasión por conspirar contra el gobierno, relató los avatares de la lucha antimachadista en Sonata interrumpida, una novela publicada en México en 1943. Las movilizaciones, las reuniones clandestinas, los desmanes de la porra machadista que intentaba aterrorizar a los revolucionarios, todo se cuenta en esa novela. Allí aparecen algunas mujeres violentadas por los partidarios de la dictadura: un policía deja ciega a Olga de un mazazo que le rompe los espejuelos; una porrista le rasga la cara a Luisa dejándole una cicatriz que a partir de entonces la joven revolucionaria llamará “mi condecoración”.

Otra obra de Rodríguez Acosta desnuda la insensatez de la guerra, y entiende el vínculo sanguíneo entre los oprimidos de cualquier parte. En la noche del mundo, publicada por Manuel Altolaguirre y Concha Méndez en La Verónica en 1940, es un texto expresionista casi, centrado en la denuncia de la guerra como razón del capital. Era el símbolo de los tiempos, cuando se disputaba el destino de la humanidad en cada corazón comprometido. Escrita en los duros años del ascenso del fascismo y la derrota de la España republicana, la prosa descoyuntada de esta novela trasmite la desazón frente al revés sufrido por los mejores ideales humanos.

Pero volvamos a la lucha antimachadista. Una crónica de Pablo de la Torriente Brau no muy conocida (yo debo su lectura a Ricardo Hernández Otero), relata los preámbulos organizativos, primero, y luego la peregrinación de un grupo de mujeres al cuartel militar más importante de La Habana para pedir el cese de la represión. Pablo había estado en la manifestación que resultó en la muerte de Rafael Trejo;también llegó herido al hospital donde los médicos intentaron salvarle la vida al estudiante mártir. Las primeras en ofrecer una guardia de honor al cadáver de Trejo fueron las mujeres, ellas entraron al cementerio llevando en andas el ataúd. El cronista identifica a Ofelia Domínguez Navarro, Flora Díaz Parrado y Ofelia Rodríguez Acosta. La muerte de Trejo quedó grabada en la piel de cada combatiente, y varias mujeres, reunidas luego en casa de Loló de la Torriente, decidieron, en público de desagravio, organizar un homenaje.

Cuando María Teresa León llegó a La Habana con su esposo, Rafael Alberti, era abril de 1935 y aun duraba la resaca de la revolución antimachadista; el golpe contra el Gobierno de los Cien Días había extremado el enfrentamiento revolucionario y en mayo de ese año caerían Antonio Guiteras y Carlos Aponte en el Morrillo. Quizás no intuyera ella cuánto de aquella situación podría marcar su experiencia posterior, durante los años de la Guerra Civil española.

Organizadora del Congreso de Valencia en 1937, fundadora de las Guerrillas del Teatro para difundir las ideas antifascistas a través de un arte de agitación urgente, salvadora de los tesoros del Museo del Prado, María Teresa León llevó a la letra de su novela Contra viento y marea, de 1941, las vivencias arrasadoras de aquellos años al servicio de la causa republicana.

También en 1937 Ofelia había ofrecido en París el testimonio de su paso por la España de preguerra en la que mencionó el profundo vínculo entre luchadores de ambos países, cuando “muchos de los nuestros vierten la siembra de sus vidas sobre el terreno del combate, grano a grano, gota a gota, con los hijos del suelo español”. Pablo, comisario político del Quinto Regimiento caído en Majadahonda, fue uno de ellos. También fue el modelo del “hombre oscuro”, proveniente de una “pequeña patria rodeada de azul”, cuyo destino Contra viento y marea sigue por un buen tramo.

Su escritura da fe de cuánto se emplearon en la defensa de sus convicciones y en el trabajo de un arte militante, comprometido, que las llevó a coincidir en la distancia.

Durante toda la primera parte, sin embargo, la acción transcurre de este lado del Atlántico. La novela relata la experiencia cubana, también rememorada en sus Memorias de la melancolía (1970). Guajiros empobrecidos, negros discriminados, intelectuales presos —Juan Marinello y Regino Pedroso, entre los redactores de la revista Masas, condenados por “propaganda sediciosa”— y una voluntad de lucha que encuentra en cada esquina el oído atento de esa cronista solidaria venida de ultramar. Y la Cárcel de Guanabacoa, donde iban a dar las presas políticas, y su labor allí, en aquel sitio al que llegaron a visitarlas María Teresa y Rafael en 1935.

Aunque pretende evitar hablar de política, dice, Contra viento y marea es una novela política de cabo a rabo. Hasta al hablar de las relaciones íntimas entre hombres y mujeres asume la visión de unos tiempos nuevos, cuando también en lo privado deben cambiar las cosas, como bien saben Ana María, enfundada en su mono azul, o las cubanas presas en Guanabacoa. De Cuba lo pone todo: la situación política, los abusos cotidianos, la dependencia económica de los Estados Unidos, el entierro de Mella, la marcha de las maestras, y el colofón de siempre, la prisión. Su esfuerzo literario gana el lenguaje y hay tánganas y ñeque para celebrar el contagio de ese otro mundo. Por ahí se emparienta con la novela de Rodríguez Acosta.

Ellas lucharon sus propias batallas y sintieron como propias las batallas ajenas, las relataron o reseñaron. La defensa de su idea de justicia nunca fue una cuestión individual, se sintieron ciudadanas del mundo y parte de una humanidad comprometida con alcanzar el promisorio futuro donde el fascismo y las dictaduras no fueran más que un mal recuerdo. Militaron del lado de los más, por la paz y la vida. Su escritura da fe de cuánto se emplearon en la defensa de sus convicciones y en el trabajo de un arte militante, comprometido, que las llevó a coincidir en la distancia.

 

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Notas al dorso del espejo (II)

Notas al dorso del espejo (II)
La vejez como tema u objeto (inconciliable) de la representación

Por Grethel Morell

Retomando las anulaciones, en el escenario visual de estos tiempos irrumpen imágenes abundantes de ancianos(as) carentes. No caeré yo en el fugaz análisis sociológico que implica asomarse a la presencia, creciente, de lo menesteroso. Lo cedo a otros analistas. Cierto es que existe un aumento de sus interpretaciones. Los llamados buzos, homeless, los infortunados, los desmemoriados, las personas con discapacidades propias de la edad avanzada, la falta de cuidado y la extrema precariedad de las condiciones de vida, han vuelto a la recurrencia iconográfica que sobre el testimonio humano hoy se erige. No es algo limitado al contexto fotográfico local, solo es una muestra que se filtra silenciosa a los dominios de los estereotipos y el lugar común.

Desde cierto ángulo es comprensible. Vivimos en una sociedad envejecida y en balance progresivo, según los reportes estadísticos y la confrontación con la realidad. Hay cada vez más ancianos(as) en Cuba, en las calles, en los núcleos familiares y en soledad. “El envejecimiento demográfico es un fenómeno en sí mismo, pero a la vez es la resultante de otros procesos sociales; viene a ser la respuesta que la población da, desde el punto de vista demográfico, a sus condiciones objetivas y subjetivas de vida, y a sus expectativas futuras.”[1]

Para este país cuenta como una situación preocupante, de atención inmediata. En la actualidad, el envejecimiento poblacional de Cuba está entre los más elevados, ¨acelerados¨, de su historia.  Según datos oficiales, en 1953 los adultos mayores  representaban el 6,9 % de la población total. Se presume que para el 2025 uno de cada cuatro cubanos tendrá más de 60 años.[2] Con el porcentaje de esperanza de vida femenina superior a la masculina, pero con menor calidad de vida. Al parecer, es un asunto que se desliza también al terreno de los estudios de género, pues son (somos) ellas (nosotras) las que sostenemos el mayor peso del paso de los años.

El sometimiento a los estándares de belleza no es la única presión tácita que enfrentamos en la visualización femenina. Patrones altamente calculados por la cultura del empaque. Cargamos con otros, también enraizados, que se incorporan e incrementan con la vejez. Las responsabilidades excesivas, el ser cuidadoras eternas (primero de hijos, luego de padres, en ocasiones de esposos), los padecimientos psíquico- físicos comunes (y de mayor incidencia) al género (desgaste óseo, demencia senil, por ejemplo) son algunas de estas “naturales” imposiciones. Una pieza como Glorias de un futuro olvidado (videoinstalación, 12.40 minutos, 2016) de Adrian Melis logra de excelente modo exponer las condicionantes concretas de las ancianas solas y en quebranto de la memoria, en una sociedad que proclama  asistirlas.

Desde otro punto apreciativo, la mirada sobre el cuerpo desnudo o semidesnudo forma parte del asunto. Aparece de dos maneras básicas: la exaltación de lo asumido como habitual, bajo flexibles (alentadores) parámetros estéticos y la apología a lo decadente, con la pretensión de establecer discursos de lo absoluto. En el primero se busca destacar lo hermoso posible, ya sea por el cuidado en la composición, el apoyo formal en las capacidades técnicas de la manifestación (luces y sombras, juegos de color, principalmente) o por el enunciado conseguido/ enaltecido en el conjunto factura/concepto. En la segunda, se dinamita todo aquello que lleve al pensamiento inmediato de lo asumido como hermoso, cómodamente aceptable en la concepción social del objeto/ sujeto a fotografiar. Como si subrayara la idea del cuerpo de la vejez como territorio de conflictos más que íntimos o personales, cual campo de deliberaciones culturales, históricas, sociales. Con el cuerpo anciano de mujer en vertical desventaja.

Consuelo Castañeda, Una historia en 70 páginas, 1988. Imagen cortesía de Grethel Morell

En cualquier de los caminos escogidos para discursar, es válido creer en la intención de homenaje, con cierta promesa de reivindicación. La obra de Consuelo Castañeda Una historia en 70 páginas (1988) retrata a su mamá fragmentada en su desnudes a los 70 años y la expone en 70 impresiones. Es este un acto de ofrecimiento, de respeto al argumento, un giro a la visualidad ortodoxa manejada con exceso en la tradición artística occidental. Con un poco de mayor énfasis en la escena de la fotografía cubana hasta entonces.

Hay artistas que no lo han trabajo como serie o ensayo fotográfico, cual arista de un obrar monotemático sostenido. La presencia de la vejez ha estado implícita, asomada más bien como nota de ocasión o en obras puntuales abrigadas por otros proyectos. La fotógrafa Leysis Quesada en su ensayo Devoción (2009-2011) acoge imágenes de ancianas(os) en diferentes asilos de la ciudad, que son atendidos por monjas, algunas de las cuales también son personas de edad avanzada. Igual en su trabajo sobre el pueblo natal y en las escenas de vida urbana posee amplia retratística de la ancianidad.

Lidzie Alvisa, Juego, 2004-2006. Impresión digital, alfileres, cartón y acrílico.

Entre las piezas memorables de tono autorreferencial de la creadora Lidzie Alviza está el díptico Juego (2004), donde aparece la mano de su mamá llena de alfileres como recipiente de un accionar simbólico que comienza desde la infancia. Una mano joven, con rezagos de estos mismos alfileres, parece ofrecerle antes todo “el peso de la vida”.

En ciertas fotografías que Yanahara Mauri dedica a su abuela, se hurga en la belleza y el respeto por la vanidad propia de las damas mayores. Por un lado expone el conflicto de la pérdida de naturalezas asociadas a la feminidad y los desajustes físicos inculpados a una medicación específica para la anciana (la caída del cabello y la salida de éste en otras zonas como la barbilla), que le imponen un pesar andrógino. Por otro, parece elevar lo bello y florido, como en las imágenes Evocaciones (2012) y Señora de espalda (2014).

En general y siguiendo la franqueza (rareza) de impulsar crecimiento, las fotógrafas(os), creadoras(es) de imaginarios actuales que detienen su lente en los cuerpos envejecidos podrían expandirse a otras apreciaciones. Perecen detenerse más en lo retrocedido que en la ventura de lo que sobrevive, matizado por una ligereza de compromiso que alerta. Sugiero saltar el cerco del dolor y la nostalgia, arriesgar más en los niveles del enunciando. Jerarquizar desde la utilidad que postula lo visual. Como en aquella imagen de Jeff Wall (The giant, 1992), donde una colosal mujer de avanzada edad desnuda parece aleccionar, ante la inmensidad del saber, a los lectores indiferentes desde el descanso principal de una escalera de biblioteca.

Jeff Wall, The giant, 1992

 

[1] Chávez Negrín, Ernesto. “El envejecimiento demográfico en Cuba. Su significación estratégica”¨. TEMAS, no.89-90, enero-junio de 2017, p.108.

[2] Datos oficiales referidos por el investigador Ernesto Chávez, extraídos de la Oficina Nacional de Estadísticas, la Oficina Nacional de Estadísticas e Información y el Centro de Estudios de Población y Desarrollo. Ídem,pp.104-105, 2017.

 

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Notas al dorso del espejo (I)

+ textos de Grethel

Notas al dorso del espejo (I)

Notas al dorso del espejo (I)
La vejez como tema u objeto (inconciliable) de la representación

Por Grethel Morell

 

Para cada individuo la vejez comporta una degradación que él teme.

Simone de Beauvoir

Leysis Quesada, Sor Sara, 2009.

Para modelar el curso de la ancianidad en la creación fotográfica cubana contemporánea es de fecundo carácter transitar a giros el imaginario. Recorrido para marcar en lo favorable de un asunto muchas veces dejado al margen, aislado detrás de la página.

Es este un acercamiento que no se limita al repaso del retrato o el testimonio del envejecimiento. La mera existencia de rostros de ancianos(as) en la esfera representacional de un(a) artista, no lo convierte necesariamente en zona temática de su trabajo. Profuso documentalismo persiste donde afloran estos modelos de retratos, lo cual no transforma de inmediato el supuesto autoral en camino autónomo de la expresión. Algo que va más allá de ser asumido como línea principal o “apunte” ocasional de una serie o discurso artístico.

Cuando el observador de la imagen, construida o espontánea, simulada o atrapada en la fidelidad a lo real, se centra en la vejez, en el deterioro análogo a la senectud, el apocamiento físico de las personas, con el basamento de un concepto clarificado en sus estrategias, entonces es que la obra forma parte de este círculo de representación temática.

Varios lenguajes emergen cuando se trata de ofrecer órdenes al tema: el retrato absoluto, bajo permisibilidad o no del sujeto, con mirada directa o gesto espontáneo ante la cámara; el desnudo (femenino y controversial); el fotodocumentalismo o la imagen capturada en la calle, entre acciones y circunstancias cotidianas. Dentro de ellos, predominan enfoques a un sector de lateralidad social, donde se encuentran ancianos(as) que viven al límite, personas de vida errante, de completa carestía; miradas agudas al declive físico, mental, moral y a la soledad, tópico reinante.

Se ausenta discreta de la escena fotográfica general, entre maniobras de lenguaje y concepto, la elegancia de lo sugerido, cierta dosis de hidalguía, briznas de lirismo, en gran parte de las propuestas. Retratos de sutil tono y fuerza enunciativa, como aquella serie Veteranos (1969, también conocida como Centenarios) de Iván Cañas sobre los últimos ancianos sobrevivientes de la gesta anticolonialista finisecular, fotografiados en sosegada pose ante el palacete que les brindaba asilo.

Raul Cañibano, de la serie Ocaso, 2012.

Arien Chang, Candelaria 100 años, de la serie Longevidad, 2009 – en progreso.

Entre las series más completas e implicadas en la fotografía contemporánea, se anotan Ocaso (comenzada en el 2012, aún en proceso) de Raúl Cañibano y Longevidad (2009 – en proceso) de Arien Chang. En la primera, este creador ya legendario registra con hondura ambientes determinados por protagonistas absortos en su condición, inmersos en sus estados: ancianidad y proximidad a la muerte. Una mirada que procura centrarse en lo positivo, según advierte el propio autor, a pesar de ingentes limitantes sociodemográficas.

Raul Cañibano, de la serie Ocaso, 2012.

Con la exquisitez acostumbrada de la composición, donde el trato consentido del objetivo con los diferentes planos de lecturas es un sello autoral, este fotógrafo atraviesa la vejez como una derivación de fundados argumentos. Un país envejecido y su falta de eficaces estructuras para sumirlo, actúa como impulso para esta serie, que articula su historia desde la experiencia personal hasta la observación implicada del visitante. Retratos a la vida cotidiana de su madre, quien sufre los desgastes propios de la pérdida de memoria y la salud, la interacción con los asilos (hogares de ancianos, aún insuficientes) e imágenes tomadas a familias y personas de paso en contextos rurales y urbanos a través de gran parte de Cuba, integran el corpus estético de Ocaso.

Raul Cañibano, de la serie Ocaso, 2012 – en progreso.

Raul Cañibano, de la serie Ocaso, 2012 – en progreso.

Por su parte, la propuesta de Chang se centra en la fotografía directa de ancianas(os) que han logrado sobrepasar los 100 años de vida. Personas que el autor ha buscado retratar en sus espacios íntimos, en ambientes de introspectiva afinidad, en lugares privados y en exteriores. Al avanzar la serie, la narrativa se ha movido hacia lo subjetivo, capturando pertenencias u objetos alegóricos a los centenarios.

Longevidad parte del premio de la Beca de Creación otorgada por la Fototeca de Cuba en su primera edición (2009), con la propuesta en película blanco y negro de 35 mm, que más tarde se ensancha con la imagen digital a color, por exigencias técnicas en primera instancia y luego por necesidades de estilo (imperiosas lecturas del color en las escenas). La idea inicial era longevos encontrados en toda la Isla, al crecer implica a personajes del mundo. Un proceso enriquecido por el trabajo de campo:

Cuando empecé a investigar no tenía idea clara de lo que encontraría, me llamó la atención la cantidad de personas mayores de 100 años en Cuba, cerca de 1500, algo paradójico en un país del tercer mundo. Con mayor cantidad en las zonas rurales y sobre todo mujeres.

Arien Chang. Conversación con el autor

Al mismo tiempo, en la mordaz serie Divas (2014 – en proceso) Chang otorga suficiente atención a mujeres de edad avanzada, que desde la divergencia de la “belleza”¨, el revertimiento de aquellos patrones estéticos esperados, dialogan con el entorno muchas veces cáustico, determinante, opresivo en la manera de solucionar vestuarios, maquillajes, proyección exterior, peregrinaje sombrío y colorido a la vez. Algo que va más allá de cómo verse a sí mismas en las calles de la ciudad o en el recogimiento de los espacios habitacionales. Mujeres desprovistas de artificios (y de clásicos atributos de divinas) surcando una realidad social que parece no incomodarse con las figuras “extrañas” que alberga.

 

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En la segunda parte de este texto podrás conocer las fotógrafas cubanas que han trabajado el tema del envejecimiento.

Trolls y haters. El derecho a la libre expresión y no discriminación

 

 

Por Yoanka Rodney

 

Por problemas de seguridad, ya que he sido agredida en las redes sociales, no atenderé más Facebook” … “un hombre se obsesionó conmigo…cuando lo bloqueé,hackeó mi perfil personal y una página llamada Historia de la Vida, donde compartía historias reales, solo cambiando los nombres. Lo denuncié, me hice cuentas nuevas y la restringí…pero tiene muchos perfiles y aún intenta comunicarse conmigo”

Kira Romero (Tomado de IPS, 2 de octubre 2019)

A inicios de octubre del pasado año, la agencia de noticias IPS relataba bajo el título La violencia en internet alcanza ya a las mujeres cubanas, un artículo que envía un mensaje claro:la necesidad de estudiar con urgencia y empoderar a las mujeres cubanas contra la violencia machista. El escrito hace referencia a la decisión de la emprendedora Kira Romero de abandonar Facebook por ser víctima de continuas agresiones, después de hacer público su proyecto Firdaus, primer bazar para musulmanas en Cuba.

El testimonio anterior es el drama de muchas mujeres con nombres y rostros que deciden ser emprendedoras y abrirse espacios en las redes sociales. Al defender sus sueños molestan a quienes abrazan el patriarcado y como resultado son víctimas de diversos tipos de violencias que se propaga mediante las redes sociales.

Sin duda alguna, las redes sociales contribuyen a difundir hechos y datos, articulan relaciones que complementan y ocasionalmente reemplazan al trato presencial. Estos sitios ofrecen a grupos e instituciones de toda índole la posibilidad de promover sus intereses. El acceso abierto, el empleo del anonimato, la ausencia de filtros para los mensajes que circulan en ellas son virtudes que afianzan la libertad de expresión en las redes sociodigitales. Pero esos atributos, al mismo tiempo, favorecen la propagación de banalidades, mensajes de odio e intolerancia[1]

En la misma medida en que la comunicación en línea posibilita la reflexión, el debate e incluso la polémica, también propaga prácticas que en reiteradas ocasiones ponen de relieve el complejo encuentro de los procesos de discriminación con el derecho a la libre expresión. La tecnología digital conecta todo tipo de comportamientos, entre ellos, los que manifiestan constantemente conductas hostiles, calificadas en muchos casos como trolling (propagación en línea de insultos y amenazas de usuarios que suben contenidos polémicos derivados en comentarios afectivos) o hating (contenidos cargados de una animadversión explícita, generalmente dirigida contra una persona o sector social con la finalidad de intimidar)[2]

Los trolls y haters atacan a periodistas, políticos, deportistas, personas famosas y otras no tanto. Por ello también son blanco de sus improperios mujeres investigadoras, blogueras feministas, mujeres del arte, periodistas, en fin, mujeres que se dedican a temas de género, sexualidad, violencia de género, en sus muros de Facebook o Twitter. Trolls y haters suelen ser provocadores anónimos o con identidades falsas. Aunque vale reconocer que no todos los que ejercen el trolling o el hating lo hacen desde el anonimato y el engaño, y, en ocasiones, cualquier persona puede indistintamente en un momento determinado comportarse como uno u otro.

Un troll es una persona que, mediante comentarios, insultos, fotos que expresan odio, prejuicio o cualquier mensaje desagradable, simplemente producto de una reacción emocional desmedida, quizás para llamar la atención o hacerse notar, puede causar enfrentamientos personales o grupales rápidamente, así como destruir la reputación de alguien en cuestión de minutos con sus acciones y actitudes[3]. Su función es reclamar la atención o la de imponer un tema y su modo de pesar. No les importa lo que dicen, ni las reacciones que puedan provocar en la víctima, sólo quiere “brillar” por un momento resaltando cosas negativas. Mientras más personas les hacen caso, más felicidad para ellos. Por su parte, un hater considera que lo que expone es verídico y utiliza diferentes formas para demostrarlo, aunque esté equivocado. Sus injurias y difamaciones pueden ser bien lesivos e hirientes.

Otro ejemplo de este tipo de agravio lo encontramos en el artículo Misoginia y sexismo en el ataque a las ciencias sociales. En el mismo, Elizalde[4] hace referencia a los ataques misóginos, sexistas y violentos en términos de género, de los comentarios lanzados por los trolls a distintas mujeres investigadoras que se dedican a temas de género y sexualidad desde disciplinas sociales. Al respecto, comparte lo planteado por “Muticia Ayelén Huenchupan”, en el muro de una compañera que investigó las dinámicas de apropiación de la música romántica y, antes, de la cumbia, por parte de sus fans femeninas –quien escribió– “Por qué las mujeres son tan Tontas?(sic) Atrasan la ciencia con algo que no impacta ni modifica en nada, creen que esto es ciencia? Esto parece lo que yo hacía a mis 7 años jugando a ser investigadora de hojas de árboles”.

Para Elizalde la preocupación, pues, por dar cuenta de las condiciones no sólo históricas sino actualizadas de funcionamiento del sexismo y de la misoginia (entendida como desprecio u odio hacia las mujeres, lo femenino y/o lo culturalmente feminizado) encuentra renovadas razones ante las afrentas acometidas contra las investigadoras mujeres y, con especial saña, contra quienes trabajan temas asociados a los géneros y las sexualidades. Señala además que estas actividades “se inscribe en el tipo de acciones que responden a una específica política de ataque y/o persecución con fines político-ideológicos bien concretos (…) estas agresiones buscan aleccionar al respecto de la “futilidad”, la “irrelevancia” y la “ilegitimidad” de producir evidencia empírica y reflexión teórica sobre ciertas prácticas culturales.

En la situación aquí analizada, las aseveraciones peyorativas y sexistas contra investigadoras del campo de los estudios de género y sexualidades funcionan habilitando y reforzando el control, la estigmatización y la sanción pública sobre ellas, en tanto medidas “aleccionadoras” ante sus “desvíos” o atrevimientos investigativos.

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[1] Trejo Delarbre, R. “En el prejuicio y la palabra: los derechos a la libre expresión y a la no discriminación en contraste”. En: Jesús Rodríguez Zepeda y Teresa González Luna Corvera. 2018. Consejo nacional para prevenir la discriminación.

[2] Donath, 1999; Dhalberg, 2001; Hardacker, 2010; Rafferty, 2011; MacKinnon y Zuckerman, 2012; Markey, 2013; Bishop, 2013; Reagle, 2015; Barredo I., D. et. al 2018; Trejo D, R. 2018

[3] Barredo Ibáñez, D.; Cunha, M. R. & Hidalgo Toledo, J. (Eds.) (2019)

[4] Elizalde, S. (2016) en su artículo Misoginia y sexismo en el ataque a las ciencias sociales

 

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